Historias húngaras. Entre dos tierras. (Edad Media)
Introducción. ¿Dónde termina Europa?
Viñeta de 1995. "Países del este de Europa". Arriba, en el cielo, la bandera de la UE, a su izquierda, caricatura de Boris Yeltsin (ex presidente de Rusia) |
Hay un dicho, atribuido a los
franceses, aunque explotado mucho más por españoles que afirma, con algo de
mala leche, lo siguiente: “Europa termina en los Pirineos”. La insinuación de
nuestra “africanidad” desde el norte puede causar simpatía o rechazo, pero en
el fondo pone de manifiesto uno de los grandes debates intelectuales de España
durante el siglo XX. Debate que ha sido especialmente importante en periodos de
crisis, (desastre del 98 y pensamiento de Ortega) o de turbulencia política (la
Transición) y es que, aunque la geografía dicta claramente nuestra pertenencia
a Europa, en ocasiones, por hábitos culturales y dinámicas de vida
(especialmente en el sur) siempre ha estado algo presente en la imaginación
colectiva europea nuestro lado más “salvaje” conocido de manera despectiva dentro
de nuestras fronteras como “la España de charanga y pandereta”.
Investigando un poco descubrí un origen alternativo de un autor, por cierto, de la Generación del 98. |
En Hungría existe un dilema
similar. Está claro que el país magiar es europeo (quizás más claro que España)
pero aquí el debate se centra en su pertenencia a qué parte de Europa, si la
oriental y atrasada (nuestra “África”), o la occidental, más desarrollada y,
por lo tanto, el modelo a imitar. Y de igual manera que en España nuestras
raíces africanas nos dan una cierta autenticidad y exotismo del que, en cierta
medida, estamos orgullosos ya que nos aporta un poco de singularidad y alegría frente
a un aburrido y gris continente europeo, en Hungría, la parte oriental también
ejerce cierta atracción magnética por entenderla como una parte más auténtica y
desde luego, apartada de la terrible decadencia moral que impregna la otra mitad
del continente.
La E. Media húngara. Un periodo
“entre dos tierras”.
Señala Swatridge en su libro sobre
Hungría “A Country Full of Aliens” (que recomiendo como lectura curiosa) que
Hungría siempre se ha movido entre dos corrientes, una que él denomina
“balcánica” y oriental, y otra “centroeuropea”. Discutir cómo han tirado del
país cada una de esas corrientes a lo largo de la Historia me llevaría sin
duda, más de un capítulo, así que hoy mis objetivos serán mucho más modestos
centrándome en esta cuestión, pero relacionándola con un periodo concreto: la
Edad Media.
Reconozco que, de todos los
periodos de historia húngara, la Edad Media es probablemente el que encuentro más
pesado y difícil de digerir por diversas razones que no voy a enumerar ahora
mismo. Sin embargo, como con cualquier periodo histórico, considero interesante
entender este periodo ya que en época medieval se van a sentar importantes
bases acerca de la cultura húngara que perviven hoy en día, entre ellas, una
irresoluble (también actualmente) acerca de la pertenencia del país a Oriente u
Occidente.
Esta cuestión aparece de inicio en
el mismo asentamiento de los húngaros. Al principio todo era más fácil ya que
los húngaros eran un elemento extraño a Europa, no sólo porque venían de muy
lejos, sino, sobre todo y, ante todo, por su religión pagana.
Sin embargo, el
estar rodeados de reinos cristianos ya hace presagiar que esa situación no iba
a durar mucho y por ello, en el s.X se irá produciendo una conversión
progresiva muy lenta que culminará con la proclamación de Hungría como estado
cristiano en el año 1000 con san Esteban. De todas maneras, la realidad religiosa (y
por ende cultural) del siglo fue mucho más compleja, ya que, aunque no existía
un cisma abierto entre ortodoxos y católicos (se producirá en el 1054) ya era
más que evidente la competencia entre las dos formas de liturgia, enfrentadas religiosamente
por conquistar el corazón del país
En ese sentido, Hungría, antes de
entrar en el rito occidental se encontraba en una posición de “incertidumbre
religiosa y cultural” en la que no estaba muy claro hacia qué lado de la
balanza se podría inclinar. Una importante parte de la nobleza húngara
inicialmente cristianizada, en un primer momento optará por el rito oriental,
los primeros monasterios cristianos también serán de este rito e incluso, el
mismo rey que declarará Hungría como estado católico tuvo una madre con esas
tendencias (orientales), y él mismo, creyente “católico-romano”, fundará un
monasterio ortodoxo en Veszprém.
Por lo tanto, realmente nos encontramos con
nobles de uno y otro bando que obedecen más a disposiciones geográficas que
teológicas (el este orientado hacia oriente, el oeste hacia occidente) que nos
aventura el dilema entre las dos realidades culturales. Hay que entender que, en este
momento Bizancio sigue siendo una gran potencia regional y de ahí, el empuje
que recibe su culto, aunque a medida que avancen los siglos va a
perder poder e importancia en favor de una unidad política más consistente y
con un culto diferenciado como es el Sacro Imperio Romano Germánico.
Esta lucha
entre dos polos de atracción va a tener una gran importancia en una Hungría que
va a intentar orientarse hacia Occidente (a través de políticas matrimoniales e
implicación directa a través de guerras) aunque no por ello, se va a olvidar
del espacio que ocupa, donde los Balcanes y Bizancio siguen siendo actores que
no conviene obviar.
A lo largo de toda la Edad Media,
el país magiar irá basculando más y más hacia la parte occidental y “alemana”
del continente, implicándose no solo en los asuntos de lo que hoy es Austria,
sino también la zona mediterránea. En ese sentido, va a ser especialmente
significativa la participación húngara en Italia, en la que incluso un rey
húngaro va a luchar por sus derechos dinásticos en el sur, aunque sin demasiado
éxito. Esta vocación mediterránea hará incluso que princesas de reinos tan
lejanos como Aragón (Beatriz de Aragón) terminen en la corte húngara como
esposas del rey.
Sin embargo, Oriente seguirá estando ahí y los húngaros lo van
a ver de una manera muy clara y vívida con la invasión mongola del siglo XIII, que
arrasa completamente el país, dejándolo casi en cenizas. Y no será la única, ya
que la E. Media húngara precisamente terminará con otra invasión oriental, esta
ya mucho mejor organizada y duradera, ya que permanecerá por casi dos siglos,
desde el poderoso imperio Otomano.
Las tres Europas
Y es que cuando hablamos de Oriente
y Occidente no estamos solo hablando simplemente de zonas geográficas, sino
también mentales, conectadas con la aspiración de lo que se quiere ser. De ahí
que estas zonas cobren importancia añadiéndosele, desde la perspectiva húngara
una “tercera Europa central” que aparecerá recogida en la obra de uno de los
historiadores húngaros más famosos del siglo XX (Jeno Szucs).
De acuerdo con
este autor, en Europa existen estas tres realidades (Occidental, Oriental y
central) que se definirán, y casi no cambiarán, desde la Edad Media, siendo
espacios que siempre permanecerán como puntos de referencia y “globalización a
pequeña escala” para las culturas y pueblos que lo forman.
Según esta teoría, Occidente se proyectó
hacia el Atlántico, Oriente (Rusia) hacia Asia, y en el medio quedó una Europa
Central cuya vocación, lejos de buscar expandirse hacia mundos lejanos como la
de sus vecinos, busca desarrollarse permaneciendo dentro del continente,
chocando y cooperando si fuese necesario con las otras partes, pero nunca
olvidando dónde está su centro de acción. Casualidad o no, no deja de ser
curioso que los únicos imperios europeos casi sin posesiones coloniales en el
siglo XIX y XX fuesen precisamente el alemán (política deliberada de Bismarck,
aunque “rectificada” por Guillermo II) y el austrohúngaro (sin colonias).
Estos límites que marca Szucs van a
afectar y mucho la manera en la que conciben su espacio y las relaciones con su
entorno, estando Hungría en una situación particular, mucho más conectada por
vocación con Centroeuropa o Europa Occidental (de hecho, Szucs considera que
fue parte de esa Europa durante cinco siglos) pero saliéndose constantemente,
cómo si el espacio centroeuropeo tuviera una limitación geográfica imposible de
superar que hiciera que el país magiar estuviera permanentemente en el alambre
y a punto de salirse por no tener espacio suficiente para todos.
Conclusiones.
Cuenta José María Areilza, ex
ministro español de Asuntos Exteriores durante la Transición, en sus memorias
que, en una ocasión se encontraba conversando, a principios de los 80, con el papa Juan Pablo II acerca de la situación en Europa de Este. En un
momento de dicha conversación, Areilza, católico practicante, le dijo al Papa
que “no se olvidaría de rezar por Europa del Este” en relación a su país natal
(Polonia). El santo padre, lejos de agradecer el gesto del español, se lo
reprocha y no por los deseos píos del ministro, que de seguro valoraría
positivamente, sino porque según su opinión, Polonia “no estaba en el este de
Europa, sino en el centro, en el corazón de Europa”. De hecho, Areilza nos dice
que el Papa se encontraba realmente enfadado con esta inocente asociación
geográfica del país eslavo con el salvaje “Este”. Pero ¿por qué? ¿Hasta que
punto puede ser importante para un país situarse dentro de una comunidad de
vecinos respetable?
Si en el anterior artículo (puedes
leerlo aquí), la gran pregunta era ¿De dónde venimos/venían?, en este se toca
la siguiente en la lista ¿Quiénes son/somos? Definir nuestra identidad nos ha
costado también horrores a los españoles y aunque entre nosotros podamos hacer
bromas acerca de nuestro origen africano, ver esa etiqueta (o la de vagos y
haraganes que viene a ser una variante no reconocida) en boca extranjera, le
sigue haciendo hervir la sangre a más de uno. Más allá de esas cuestiones, que
a fin de cuentas no determinan la mejor o peor calidad humana de las gentes que
la habitan, de la misma forma que en relación a nuestro pasado necesitamos,
cómo la canción de Tina Turner, héroes, para el presente nuestros objetivos
suelen ser más modestos y, cómo mínimo, nos gustaría pertenecer a una comunidad
de vecinos que, por lo menos, tenga buena fama, al menos de puertas para
afuera. Entre nosotros, de vez en cuando, quizás, si es verdad que nos gusta
ser un poco africanos… o balcánicos.
Añadido: Como extra, recomiendo encarecidamente ver y
escuchar una simpática reflexión de menos de un minuto acerca del concepto
“Este de Europa” por parte del filósofo esloveno Zizek. Merece la pena escuchar
el audio en versión original (en inglés) desde el minuto 00:20. Para los que no
dominen esta lengua, dejo una traducción debajo del video como cita conclusiva
que merece la pena leer.
Conversación entre Zizek y
Varoufakis.
Zizek: “Siento repetir mi vieja
broma sobre la división de Europa, pero es que es tan cierta… Sabes, esto es el
nacionalismo esloveno: nosotros somos “MittelEuropa”, Croacia….ahí empiezan ya
los Balcanes. Los croatas te dirán: No, nosotros aún estamos en Europa, los
serbios ortodoxos son los Balcanes… Los serbios te dirán: No, nosotros somos
europeos cristianos, los albanos sí que son realmente malos. Pero, entonces, le
damos la vuelta y los austriacos, los austriacos te dirán: todos los eslavos
son balcánicos, nosotros somos la civilización… Alemania: No, Austria, Hungría,
esos ya son bárbaros… Los franceses: hay algo oscuro, bárbaro en Alemania…, y
finalmente, mis favoritos, los británicos: toda Europa son unos grandes
Balcanes y Bruselas, la nueva Constantinopla.”
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FUENTES:
Areilza, José María de (1986): La
Europa que queremos, Madrid, Espasa y Calpe.
Molnár, M. (2001). A Concise History of Hungary (Cambridge Concise
Histories) (A. Magyar, Trans.). Cambridge: Cambridge University Press.
Szűcs, Jeno and Julianna Parti (1983), Acta Historica Academiae
Scientiarum Hungaricae, Vol. 29, No. 2/4, pp. 131-184: The Three Historical
Regions of Europe: An outline.
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