Juego de Tronos en la Hungría medieval II. Winter is coming.


SERIE: HUNGRÍA ANTES DEL DESASTRE DE MOHÁCS. Capítulo II


Cartel de GoT, que perfectamente podría ser la portada del nuevo artículo sobre Janos Hunyadi, ya que recordemos, su símbolo nobiliario era un cuervo (creemos, eso sí, que solo de dos ojos)


WINTER IS COMING

Introducción. ¿Por quién doblan las campanas?
Me gustaría empezar este nuevo artículo resolviendo uno de los enigmas que dejé planteado en el anterior. ¿Qué hecho conecta la historia húngara con nuestra vida actual, formando parte de nuestro día a día?

Lo cierto es que es uno de esos hechos que pasan casi inadvertidos y la mayoría casi no se habrá parado a pensar en ello, pero en la gran mayoría de ciudades europeas, y no europeas, las iglesias hacen un repique de campanas especial a las 12 de la mañana. Por deducción lógica, se podría pensar que esto no es más que un signo para marcar la mitad del día, pero la auténtica razón detrás de este sonido es la de celebrar unos sucesos muy muy lejanos (a miles de kilómetros) en lo que antes era el reino de los húngaros. De cómo se fue fraguando esa historia hablaremos hoy.


En el capítulo anterior (puedes leerlo AQUÍ) hemos hablado sobre la vida de Janos Hunyadi, el héroe húngaro, y como este fue consolidando de una manera algo rocambolesca una interesante red de alianzas matrimoniales con sus antiguos enemigos, donde no faltaba el padre de Drácula. Pues bien, hoy veremos el contexto que rodea a la victoria que le dará fama y gloria por la que será recordado: La Batalla por la Ciudad Blanca (Belgrad en serbio y Nandorfehérvar para los húngaros) Será un capítulo algo más histórico, pero espero, no por ello, menos interesante.

La vida en la frontera.
Ya dejamos entrever la creciente amenaza turca sobre Hungría, que deja su huella de una manera más y más intensa a lo largo del siglo XV. Esta amenaza no era sólo militar, sino también diplomática, puesto que, como vamos a ver, amenaza el propio sistema defensivo del Reino de Hungría.

En este momento Hungría es uno de los estados más grandes de Europa, si bien su densidad demográfica es considerablemente menor a la de otros países. Hay que tener en cuenta que además del territorio propiamente húngaro posee también una serie de principados dependientes que actúan como estados tapón ante amenazas externas. Dos de estos condados más conocidos serán los de Serbia (dirigido por Brankovic) y el de Valaquia (donde estará Vlad Tepes, el famoso conde Drácula), ambos cristianos como Hungría, pero de religión ortodoxa.

En un principio, como estados vasallos deben fidelidad a Hungría, pero la fidelidad es puesta cada vez más a prueba por la cercanía turca, que no duda en usar tanto el palo (amenazando con intervenir militarmente) como la zanahoria (ofreciendo privilegios y sobornos) para poder atraerlos a su redil. Uno de los mejores ejemplos lo encontramos en la historia del Drácula histórico que reproduciremos por lo ilustrativa de como era esta situación de frontera. Respirad hondo porque la historia es, cuando menos, compleja:

Vlad Tepes, como todo el mundo sabe, nace en Transilvania, pero en su adolescencia tiene que mudarse para vivir con su hermano a tierras turcas porque estos solicitan su presencia para asegurarse la fidelidad de su padre Vlad Dracul, que fue apoyado por los turcos para mantenerse en el poder, con la oposición de Hungría (su antiguo reino soberano). Una vez retornado a su tierra, y después de diversos avatares donde no faltan alianzas y traiciones, Vlad Tepes, hace que su familia ocupe de nuevo el principado de Transilvania con el apoyo húngaro de Hunyadi que, no olvidemos, había expulsado a su padre y enterrado vivo a su hermano. Para hacerlo todo aún más rocambolesco, además le da a la que, según se piensa, es su hija ilegítima como esposa en matrimonio.

Parece ser que Vlad, aunque había vivido con los turcos y que no le debía de guardar cariño precisamente a Hunyadi por todo lo hecho a su familia, se entregó a la nueva causa húngara contra sus antiguos aliados turcos con fervor. Podemos leer en una carta escrita en 1462, dirigida al hijo de Hunyadi lo siguiente:


“He matado a hombres y mujeres, a viejos y jóvenes, desde Oblucitza y Novoselo hasta Samvit y Ghigen. Hemos matado a 23.884 turcos y búlgaros, sin contar aquellos a los que quemamos en sus casas, o cuyas cabezas no fueron cortadas por nuestros soldados... Terminemos juntos lo que juntos hemos iniciado, y aprovechemos esta situación, puesto que, si Dios Todopoderoso escucha las oraciones y los ruegos de la Cristiandad, si favorece los ruegos de sus piadosos servidores, nos concederá la victoria sobre los infieles, enemigos de la Cruz”


Mas allá de las macabras habilidades contables y los profundos deseos religiosos del conde, que pocos años más tarde sería depuesto por los húngaros, su historia nos ilustra a la perfección la precariedad de unas fronteras sujetas a continuas traiciones y la amenaza permanente que suponía para Hungría el tener un vecino como el Imperio Otomano, que cada vez, ponía más a prueba las defensas del reino magiar.

Vlad Tepes, el Empalador, más conocido como conde Drácula. Cambiaba de bando más que un camaleón en una piscina de bolas infantiles. 

La caída de Constantinopla

Sin embargo, un hecho clave en la Historia (tanto que hay quien lo marca como el fin de la Edad Media) va a acelerar el curso de los acontecimientos, poniendo al reino en una situación aún más delicada. Ese hecho es la caída de Constantinopla en 1453 ante el poderoso Imp. Otomano, conocido en ese momento con el poético nombre de la “Sublime Puerta”.

En la clásica división de las edades de la Historia, para los españoles está muy claro que el punto de inflexión entre Edad Media y Moderna se sitúa con el descubrimiento de América. Así se enseña en todas las escuelas y posiblemente es una de las pocas fechas históricas que prácticamente cualquier español es capaz de recitar sin problemas. Sin embargo, no son pocos los historiadores, naturalmente no españoles, que ponen ese punto de inflexión unos cincuenta años antes con la caída de Bizancio a manos de los turcos.

Pudiera parecer sobredimensionada darle tanta importancia a este hecho, sobre todo porque sus efectos a largo plazo no fueron tan relevantes como los de la gesta de Colón, pero no cabe duda que si preguntáramos a un habitante europeo informado de la época que hecho le parece más notable, sin duda las respuestas no coincidirían con las de un español contemporáneo.

Constantinopla, la ciudad inexpugnable


Y es que la caída de Bizancio fue un shock para Europa, y, de hecho, lo realmente increíble es que no tuviera más consecuencias para una Europa que empezaba a despertarse del mal sueño medieval.

La caída de Constantinopla en 1453 no sólo hace “desaparecer” una de las ciudades cristianas más grandes y dinámicas del momento, sino que elimina el muro de contención medieval que era la ciudad del Bósforo ante el creciente empuje del Imperio Otomano. Estos, desde el siglo XIII no habían parado de hacer retroceder más y más al Imperio Bizantino, pero Constantinopla, por su estratégica posición geográfica parecía inexpugnable ya que, al estar en los estrechos, un asedio requería fuerzas extraordinarias tanto por tierra como por mar. Por ello, los turcos, en una “guerra de desgaste” empezarán a ir más allá, entrando en los Balcanes para cortar cualquier oportunidad de suministro por parte de los bizantinos, manteniéndolos completamente rodeados.



Estos, en su desesperación, van a pedir incluso al Papa ayuda con la promesa de un retorno inmediato a la ortodoxia católica, pero ni el Papa tenía el mismo poder que cuando Urbano II convocaba Cruzadas alegremente, ni los europeos pueden organizar una campaña militar en cuestión de meses, por lo que la ciudad caerá irremediablemente, dejando a los otomanos vía libre para intervenir en Europa y, según se dice (aunque probablemente sea apócrifa), en palabras del mismísimo sultán “hacer del palacio del Papa en Roma, cuadras para mis caballos”.

Y es que la existencia de Constantinopla, aunque fuera en tamaño reducido, era un recuerdo constante para los otomanos de que no podían despistarse en sus aventuras de conquista europeas, puesto que en la retaguardia permanecían los bizantinos, dispuestos a poder aprovechar cualquier oportunidad ante el mínimo signo de debilidad. Una vez eliminados estos y, contando con un ejército movilizado, numeroso y altamente motivado, el siguiente paso es obvio. Devolverle la jugada a los Cruzados a lo grande y conquistar Europa.

La Sublime Puerta se acerca
En ese momento la ocasión se presentaba propicia puesto que, aunque los europeos eran muy conscientes del problemón que les venía encima, tenían sus propios problemas internos. Pudiera parecer que la sociedad medieval era una sociedad anárquica y sin ley, pero nada más lejos de la realidad. Como hoy, existían instituciones que trataban de aunar intereses comunes como el Sacro Imperio o, incluso el Papado, y que no eran ni mucho menos insensibles a los problemas globales. Como hoy, esas instituciones además de estar “contaminadas” por intereses personales, no siempre tenían la eficiencia que deberían o les gustaría.

Es por ello que, al oír de la caída de Constantinopla, más que lamentar la pérdida de Bizancio (que sí, eran cristianos, pero un poco “herejes”) la principal preocupación de estos poderes será la de proteger su propio dominio, ya que se sienten verdaderamente amenazados. Tanto el Emperador como el Papa son plenamente conscientes del peligro y de hecho intentan llamar a la movilización. El Papa, a través de su legado en Hungría, va a intentar buscar caballeros en Francia e Inglaterra y campesinos entre las clases más humildes, mientras que el Emperador intentará convencer a sus príncipes de la necesidad de parar a los turcos en los Balcanes.

Lo cierto es que, por muy obvio que era el peligro y los esfuerzos sinceros de estos por encontrar algún tipo de solución, ni uno ni otro tendrán mucho éxito (la idea de “bien común”, aunque fuese pare protegerse, nunca tuvo muchos adeptos), pero hay un reino, que por su situación geográfica no le está permitido olvidarse tan alegremente de los turcos, ya que es el primero que les toca encontrarse en su camino al corazón de Europa. Ese reino es Hungría.

Y en Hungría las cosas no pintan mucho mejor… El rey de Hungría (Ladislao V), cuando escucha que el ejército turco se acerca a sus tierras, después de solicitar el alistamiento de tropas, tiene la fantástica idea de irse a cazar a Viena con parte de su corte para evitar males mayores hacia su persona, dejando la defensa del reino en manos del regente: Janos Hunyadi, del que hablamos en el anterior capítulo. No hace falta explicar que cuando el propio rey escapa de su reino ante el avance de tropas enemigas, las cosas no pintan precisamente bien.

Y es que los turcos cuentan con un ejército formidable, contabilizando unos 60.000 efectivos (las cifras oscilan entre 30.000 y 100.000), tácticas de guerra perfectamente adaptadas al asedio (venían de tomar la ciudad más difícil de conquistar del mundo), mandos militares con experiencia en batalla y un grado de innovación tecnológica considerablemente más alto que en Europa (por ejemplo, empiezan a utilizar los cañones). Si a todo ello le añadimos unas fronteras relativamente pacificadas y una moral por las nubes después de haber tomado la ciudad con la que llevaban soñando siglo y medio, vemos que el rey húngaro, desde un punto de vista estrictamente personal, toma una aparente buena decisión.

 El punto clave donde se encontrarán húngaros y turcos será la Ciudad Blanca (o el Castillo Blanco de Fernando si seguimos la traducción literal húngara de la ciudad: Nándorfehervar), más conocida hoy en día como Belgrado, considerado, no sin razón, la llave de Hungría y quien sabe, quizás también de Europa. La batalla, como vemos, no presenta buenas perspectivas para el lado húngaro que, como veremos en el siguiente artículo contaba con una proporción, en el mejor de los casos, de diez a uno. Pero no adelantemos acontecimientos. Si queréis saber que (y sobre todo cómo) pasó antes de la batalla, no os perdáis el siguiente artículo. Ya os aventuro que habrá una curiosa conexión húngaro-española.

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FUENTES:

Molnár, M. (2001). A Concise History of Hungary (Cambridge Concise Histories) (A. Magyar, Trans.). Cambridge: Cambridge University Press.  


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